Lovecraft planteaba que la más vieja y
fuerte emoción experimentada por el hombre era el miedo. Sin duda, la sensación
del miedo ha acompañado a la humanidad desde sus inicios. En todas las culturas
encontramos relatos que dan cuenta de
este miedo y en gran parte de estos relatos el miedo se convierte en terror.
Historias de muertos que regresan del más allá, hombres transformados en
bestias como el hombre lobo, vampiros, encuentros con demonios u otros
monstruos constituyen el contenido de innumerables leyendas y relatos
populares, Sin embargo, si dejamos de lado estos relatos y leyendas, podemos
decir que el terror como género literario dentro de la tradición de la
literatura occidental se inicia en el
siglo XVIII con el surgimiento de la llamada literatura gótica.
La
Literatura gótica
En el siglo XVIII, la naturaleza
comienza a poder explicarse, manejarse y hacerse predecible. Esta situación
viene acompañada de un descreimiento respecto de los milagros y fenómenos
sobrenaturales. La burguesía y la sociedad moderna empieza a afianzarse y
gracias a los científicos modernos como Descartes, Newton y otros, aparece la
idea del progreso científico infinito.
No obstante, esta perspectiva
optimista sobre el futuro basada en la razón y el progreso, tiene su contraparte en el género que sentó
las bases de la literatura moderna de terror: el gótico. En efecto, la ficción
gótica nace como reacción a los acontecimientos históricos que dieron lugar a
la Modernidad, particularmente al desarrollo de la industrialización y de la
urbanización. Los textos que responden a las características de este género
examinan el desorden personal de un sujeto que ya no confía en percibir el
mundo material tal como se presenta ante sus ojos.
Por otra parte, como la visión de lo
sobrenatural en el siglo XVIII no daba lugar a la presencia de lo sobrenatural
en lo cotidiano, era necesario pensar lo sobrenatural en el pasado, en un lugar
alejado de la cotidianeidad, para poder introducir elementos sobrenaturales
que, de otro modo, podían resultar inverosímiles para las expectativas del
lector de la época.
El imaginario gótico se opone a un
siglo asfixiado por la primacía de la razón. Así, intenta demostrar que lo real
es lo que se ve pero también lo que no se ve, lo que se sueña, y que el ser
humano es al mismo tiempo apariencia y lo que no se deja ver.
El adjetivo gótico deriva de que gran
parte de estas historias transcurren en castillos o monasterios medievales
construidos en ese estilo arquitectónico. En sentido estricto, el terror gótico
fue una moda literaria, fundamentalmente anglosajona, que se extendió desde
finales del siglo XVIII hasta finales del siglo XIX, como reacción al
Racionalismo. En la literatura de terror moderna los viejos arquetipos no
desaparecieron totalmente.
Los ingredientes de este subgénero son
castillos, criptas, fantasmas o monstruos, surgidos muchas veces de leyendas
populares. La obra fundadora del gótico es El
castillo de Otranto, de Horace Walpole (1765). A ésta la siguieron las obras de Anne Radclife Los misterios de Udolfo y El italiano y de
Matthew Lewis El monje publicada en
1796. El Romanticismo exploró esta literatura, casi siempre inspiradora de
sentimientos morbosos y angustiantes, que alcanzó su máximo desarrollo en el
siglo XIX, a impulsos del descubrimiento del juego mórbido con el inconsciente.
Las
características de este género pasan por una ambientación romántica: paisajes
sombríos, bosques tenebrosos, ruinas medievales y castillos con sus respectivos
sótanos, criptas y pasadizos bien poblados de fantasmas, ruidos nocturnos,
cadenas, esqueletos, demonios... Personajes fascinantes, extraños y
extranjeros, peligro y muchachas en apuros; elementos sobrenaturales pueden
aparecer o solamente ser sugeridos. La ubicación elegida, en tiempo y espacio,
respondía a la demanda de temas exóticos característica del medievalismo, el
exotismo y el orientalismo
Según el
ensayista César Fuentes Rodríguez, entre las características específicas de la
novela gótica se encuentran las siguientes:
• La intriga se desarrolla en un viejo
castillo o un monasterio
• Atmósfera de misterio y suspenso (el
autor crea un marco o escenario sobrenatural capaz, muchas veces por sí mismo,
de suscitar sentimientos de misterio o terror)
• Profecía ancestral (una maldición
pesa sobre la propiedad o sobre sus habitantes, presentes o remotos)
• Eventos sobrenaturales o de difícil
explicación
• Emociones desbocadas (los personajes
están sujetos a pasiones desenfrenadas, accesos de pánico, agitaciones del
ánimo tales como depresión profunda, angustia, paranoia, celos y amor
enfermizo)
• Bajo la atmósfera de misterio laten
conflictos amorosos mal resueltos y oscuros impulsos sentimentales. El
paradigma de la doncella en apuros es muy frecuente; los personajes femeninos
enfrentan situaciones que producen desmayos, gritos, llanto y ataques de
nervios. Se apela al sentido de compasión del lector presentando una heroína
oprimida por angustiosos terrores que, normalmente, se convierte en el foco de
la trama. Otro paradigma insoslayable es el de la figura masculina tiránica (el
villano gótico); suele tratarse de un padre, rey, marido o guardián que
requiere de la doncella una acción indigna o inadmisible, sea el casamiento
forzado, el sacrificio de su castidad o alguna acción todavía más siniestra.
• Falacia patética (las emociones de
los protagonistas intervienen en la apariencia de las cosas, o bien el clima
que rodea una escena define el estado de ánimo de los personajes)
Las narrativas
góticas abundan entre 1765 y 1820, con la iconografía que nos es conocida:
cementerios, páramos y castillos tenebrosos llenos de misterio, villanos
infernales, hombres lobo, vampiros, doppelgänger (transmutadores, o doble
personalidad) y demonios, etc..
El
terror moderno
Hacia mediados
del siglo XIX, la literatura de
terror experimenta cambios profundos a
partir de la renovación de temas, estilos y contenidos. El norteamericano Edgar
Allan Poe (1809-1849) y el irlandés Joseph Sheridan Le Fanu (1818-1873) son
comúnmente considerados los dos autores que abrieron camino en el género. De Le
Fanu se dice que es el fundador del relato de fantasmas (ghost story) moderno
en Gran Bretaña (“El fantasma de la Señora Crowl”, “Té verde”, “El vigilante”,
“Dickon el diablo”...), modalidad que tanta repercusión tendría luego en la
época victoriana. Pero lo que lo asemeja a Poe es el novedoso tratamiento que
da al fenómeno maléfico. La fácil explicación racional, y aún más, el desenlace
moralista positivo (la mano de la Providencia Divina surgiendo de un modo u
otro al final para poner las cosas, al monstruo, al bueno y al malo, en su
sitio) serán desterrados definitivamente por estos autores. Ambos, además,
inaugurarán el llamado terror psicológico, más atento a la atmósfera de la
historia y a medir los efectos emocionales que al mero susto.
De Poe afirmó su
seguidor Lovecraft: «Realizó lo que nadie había realizado o podía haber realizado,
y a él debemos el relato de horror moderno en su estado final y perfecto». Cabe
destacar títulos como “El gato negro”, “La caída de la Casa Usher”, “El barril
de amontillado”, “El corazón delator”, entre otros.
Pero es al
también francés Guy de Maupassant (1850-1893), discípulo de Flaubert y
admirador de Poe, a quien debe la literatura europea de terror algunas de sus
mejores piezas. Sus hondas convicciones naturalistas generaron, probablemente,
los acusados tintes emocionales presentes en sus mejores cuentos. Sus temas
fueron el pánico, la soledad, la locura, la perdición. Los cuentos más
destacados son “El Horla”, “¿Quién sabe?”, “La cabellera”, “¿Loco?”)
El terror
recuperó con el periodista norteamericano Ambrose Bierce (1842-1914?) toda la
garra y la intensidad que había desarrollado Poe en sus orígenes. En sus
arrebatadoras fantasías, muchas de ellas ambientadas en la Guerra de Secesión
americana, el terror pánico acecha siempre en las cercanías, y en el momento de
desatarse parece decidido a devorar vivos literalmente a los personajes. Por
ejemplo, en “La cosa maldita”, “La
muerte de Halpin Frayser”, “Un habitante de Carcosa”, “La ventana tapiada”.
Junto a Poe y
Bierce, otro norteamericano, H. P. Lovecraft (1890-1937), ha sido considerado
uno de los autores más importantes de comienzos del siglo XX. Su aportación más
importante fue el llamado cuento materialista de terror. Mezclando el espanto
con la ciencia-ficción, se trata de una narración de horror “cósmico” que
propone una nueva mitología plena de escalofriantes dioses y monstruosidades
arquetípicos; se ha dicho que Lovecraft ha creado la última mitología que ha
conocido Occidente: los Mitos de Cthulhu.
Devoto de Poe, sus otras fuentes conocidas son el fantástico y enigmático mundo
de los sueños, la historia y el paisaje de Nueva Inglaterra, su tierra, y un
selecto grupo de autores de su predilección: William Hope Hodgson (“Una voz en
la noche”), Lord Dunsany (“El pobre Bill”), Arthur Machen, Algernon Blackwood y
otros. Entre sus obras más destacadas figuran: “El horror de Dunwich”, “La
sombra sobre Innsmouth”, “En la noche de los tiempos”, “El clérigo malvado”.
La mayoría de
estos autores habían dejado de lado la novela gótica para incursionar en el
cuento. Las grandes obras del terror del siglo XIX remiten a cuentos. No
obstante, más allá del género del que se trate –cuento o novela- se acuerda, en
general, que dichos relatos deben contener tres elementos fundamentales: un esmerado
diseño del clima o de la atmósfera que rodea a los acontecimientos que se
narran; el cuidado del desarrollo narrativo a partir de la gradación de efectos
y la introducción del Mal como eje central de la historia.
La creación de
atmósferas apropiadas a las historias de terror es, en primer lugar, el aspecto
que pone en evidencia a los escritores virtuosos. A propósito de esto,
Lovecraft señala: «La atmósfera es siempre el elemento
más importante, por cuanto el criterio final de la autenticidad no reside en
urdir la trama, sino en la creación de una impresión determinada".
Observé con estupor que nada me resultaba familiar. A mi
alrededor se extendía una inmensa llanura desierta, barrida por el viento,
cubierta de yerbas altas y marchitas que se agitaban y silbaban bajo la brisa
de otoño, mensajera de Dios sabe qué misterios e inquietudes. A largos
intervalos, veía unas rocas que emergían del suelo con formas extrañas y
fúnebres colores. “Un habitante de Carcosa”, de Ambrose Bierce
El cuentista
suele asimismo trabajar con gran detalle el desarrollo narrativo, la gradación
de efectos, es decir, la estructura secuencial de la historia, de manera que
contribuya en todo lo posible a la suspensión de la incredulidad del lector, a
la verosimilitud (tan apreciada o más que la propia originalidad por Poe); lo
que se pretende suscitar en el lector es el miedo, y está de sobra demostrado
que a tal efecto prima una mecánica lenta y gradual.
Robert Suydam había logrado su objetivo y su victoria en
un esfuerzo final que le desgarró los tendones, provocando el desmoronamiento
de su cuerpo nauseabundo. El impulso había sido tremendo, pero su fuerza
resistió hasta el final; y mientras caía convertido en una pústula fangosa de
corrupción, el pedestal se tambaleó, se volcó y finalmente se precipitó desde su
base de ónice a las espesas aguas, despidiendo un último destello de oro
tallado al hundirse pesadamente en los negros abismos del Tártaro inferior.“El
horror de Red Hook”, de H. P. Lovecraft
En el cuento
propiamente dicho —donde no hay espacio para desarrollar caracteres o para una
gran profusión y variedad incidental—, el cuidado de la estructura se requiere
mucho más imperiosamente que en la novela. En esta última, una trama defectuosa
puede escapar a la observación, cosa que jamás ocurrirá en un cuento.
Finalmente, todo cuento de terror resulta un pequeño tratado sobre el Mal en alguno de
sus infinitos rostros y formas, por lo que, en principio, conviene obviar toda
otra consideración, moralista o sensible, a la hora de abordar su ejecución o
su lectura.
Los auténticos cuentos macabros cuentan con algo más que
un misterioso asesino, unos huesos ensangrentados o unos espectros agitando sus
cadenas según la vieja regla. Pues debe respirarse en ellos una determinada
atmósfera de expectación e inexplicable temor ante lo ignoto y el más allá; han
de estar presentes unas fuerzas desconocidas (...) la maligna y específica
suspensión o la derrota de las leyes desde siempre vigentes de la Naturaleza,
que representan nuestra única salvaguardia contra los asaltos del caos y los
demonios del espacio insondable. (Lovecraft, El horror sobrenatural en la
Literatura)
Asimismo, como
señala el mismo autor, lo que caracteriza al verdadero cuento de miedo es la
aparición de un elemento sobrenatural e inexplicable, totalmente irreductible
al universo conocido, que rompe los esquemas conceptuales vigentes e insinúa la
existencia de leyes y dimensiones que no podemos ni intentar comprender.
Algunos críticos
han intentado realizar clasificaciones de los relatos de terror en función de
su temática, personajes, efectos que suscita, etc. De esta manera, se ha
hablado de cuentos de vampiros, fantasmas,
muertos vivientes, etc. Sin embargo, el grado de sofisticación literaria
en este campo concreto ha llegado a tal punto que difícilmente resultará
verosímil —meramente productivo— otro criterio de selección que el meramente
histórico.
El relato de terror actual
Es innumerable la
cantidad de obras que se publican anualmente relacionadas con el género.
Historias con fantasmas, zombies, vampiros, hombres lobo, etc,, siguen
nutriendo la trama de diversos relatos. No obstante, no siempre se reconocen en
ellos autores de las características de los mencionados con anterioridad. Por
otro lado, el cine también se ha
convertido en un gran productor de relatos de terror que en ocasiones ha
desplazado a la literatura a un lugar secundario.
De todas maneras,
cabe destacar al menos a dos escritores que han incursionado de manera original
en el género: el norteamericano Stephen King y el inglés Neil Gaiman. Del
primero sobresalen obras como como: Carrie,
El resplandor, Salem´Lot y Cementerio de animales, entre otras. Mientras
que del segundo podemos mencionar El
cementerio sin lápidas y otras historias negras y El libro del cementerio.
El terror en la literatura infantil y juvenil
La relación entre
terror y literatura juvenil no ha sido lo productiva que se podría esperar. Las
características del lector particular de estas obras ha hecho que, en ocasiones,
los relatos de terror que se publican anualmente no cumplan las expectativas de
los lectores del género.
La afición que
muchos adolescentes demuestran por el género propició la proliferación de títulos
con consignas tales como “obras para
morirse de miedo”, “cuentos pesadillescos”, “historias macabras”. No obstante,
suelen ser más productos para el mercado que obras literarias interesantes.
Sin embargo, se
puede destacar la obra de autores como Elsa Bornemann, Ricardo Mariño, Esteban
Valentino. Por otro lado, son varios los sitios en Internet, creados por
aficionados al género, que permiten
encontrarse no sólo con relatos de terror clásicos sino también con nuevos
escritores.