sábado, 15 de junio de 2013

El relato de terror


Lovecraft planteaba que la más vieja y fuerte emoción experimentada por el hombre era el miedo. Sin duda, la sensación del miedo ha acompañado a la humanidad desde sus inicios. En todas las culturas encontramos relatos que dan  cuenta de este miedo y en gran parte de estos relatos el miedo se convierte en terror. Historias de muertos que regresan del más allá, hombres transformados en bestias como el hombre lobo, vampiros, encuentros con demonios u otros monstruos constituyen el contenido de innumerables leyendas y relatos populares, Sin embargo, si dejamos de lado estos relatos y leyendas, podemos decir que el terror como género literario dentro de la tradición de la literatura occidental se inicia  en el siglo XVIII con el surgimiento de la llamada literatura gótica.
La Literatura gótica
En el siglo XVIII, la naturaleza comienza a poder explicarse, manejarse y hacerse predecible. Esta situación viene acompañada de un descreimiento respecto de los milagros y fenómenos sobrenaturales. La burguesía y la sociedad moderna empieza a afianzarse y gracias a los científicos modernos como Descartes, Newton y otros, aparece la idea del progreso científico infinito.
No obstante, esta perspectiva optimista sobre el futuro basada en la razón y el progreso,  tiene su contraparte en el género que sentó las bases de la literatura moderna de terror: el gótico. En efecto, la ficción gótica nace como reacción a los acontecimientos históricos que dieron lugar a la Modernidad, particularmente al desarrollo de la industrialización y de la urbanización. Los textos que responden a las características de este género examinan el desorden personal de un sujeto que ya no confía en percibir el mundo material tal como se presenta ante sus ojos.
Por otra parte, como la visión de lo sobrenatural en el siglo XVIII no daba lugar a la presencia de lo sobrenatural en lo cotidiano, era necesario pensar lo sobrenatural en el pasado, en un lugar alejado de la cotidianeidad, para poder introducir elementos sobrenaturales que, de otro modo, podían resultar inverosímiles para las expectativas del lector de la época.
El imaginario gótico se opone a un siglo asfixiado por la primacía de la razón. Así, intenta demostrar que lo real es lo que se ve pero también lo que no se ve, lo que se sueña, y que el ser humano es al mismo tiempo apariencia y lo que no se deja ver.
El adjetivo gótico deriva de que gran parte de estas historias transcurren en castillos o monasterios medievales construidos en ese estilo arquitectónico. En sentido estricto, el terror gótico fue una moda literaria, fundamentalmente anglosajona, que se extendió desde finales del siglo XVIII hasta finales del siglo XIX, como reacción al Racionalismo. En la literatura de terror moderna los viejos arquetipos no desaparecieron totalmente.
Los ingredientes de este subgénero son castillos, criptas, fantasmas o monstruos, surgidos muchas veces de leyendas populares. La obra fundadora del gótico es El castillo de Otranto, de Horace Walpole (1765). A  ésta la siguieron las obras de Anne Radclife Los misterios de Udolfo y El italiano y de Matthew Lewis El monje publicada en 1796. El Romanticismo exploró esta literatura, casi siempre inspiradora de sentimientos morbosos y angustiantes, que alcanzó su máximo desarrollo en el siglo XIX, a impulsos del descubrimiento del juego mórbido con el inconsciente.
Las características de este género pasan por una ambientación romántica: paisajes sombríos, bosques tenebrosos, ruinas medievales y castillos con sus respectivos sótanos, criptas y pasadizos bien poblados de fantasmas, ruidos nocturnos, cadenas, esqueletos, demonios... Personajes fascinantes, extraños y extranjeros, peligro y muchachas en apuros; elementos sobrenaturales pueden aparecer o solamente ser sugeridos. La ubicación elegida, en tiempo y espacio, respondía a la demanda de temas exóticos característica del medievalismo, el exotismo y el orientalismo
Según el ensayista César Fuentes Rodríguez, entre las características específicas de la novela gótica se encuentran las siguientes:
•           La intriga se desarrolla en un viejo castillo o un monasterio
•           Atmósfera de misterio y suspenso (el autor crea un marco o escenario sobrenatural capaz, muchas veces por sí mismo, de suscitar sentimientos de misterio o terror)
•           Profecía ancestral (una maldición pesa sobre la propiedad o sobre sus habitantes, presentes o remotos)
•           Eventos sobrenaturales o de difícil explicación
•           Emociones desbocadas (los personajes están sujetos a pasiones desenfrenadas, accesos de pánico, agitaciones del ánimo tales como depresión profunda, angustia, paranoia, celos y amor enfermizo)
•           Bajo la atmósfera de misterio laten conflictos amorosos mal resueltos y oscuros impulsos sentimentales. El paradigma de la doncella en apuros es muy frecuente; los personajes femeninos enfrentan situaciones que producen desmayos, gritos, llanto y ataques de nervios. Se apela al sentido de compasión del lector presentando una heroína oprimida por angustiosos terrores que, normalmente, se convierte en el foco de la trama. Otro paradigma insoslayable es el de la figura masculina tiránica (el villano gótico); suele tratarse de un padre, rey, marido o guardián que requiere de la doncella una acción indigna o inadmisible, sea el casamiento forzado, el sacrificio de su castidad o alguna acción todavía más siniestra.
•           Falacia patética (las emociones de los protagonistas intervienen en la apariencia de las cosas, o bien el clima que rodea una escena define el estado de ánimo de los personajes)
Las narrativas góticas abundan entre 1765 y 1820, con la iconografía que nos es conocida: cementerios, páramos y castillos tenebrosos llenos de misterio, villanos infernales, hombres lobo, vampiros, doppelgänger (transmutadores, o doble personalidad) y demonios, etc..

El terror moderno
Hacia mediados del siglo XIX,  la literatura de terror  experimenta cambios profundos a partir de la renovación de temas, estilos y contenidos. El norteamericano Edgar Allan Poe (1809-1849) y el irlandés Joseph Sheridan Le Fanu (1818-1873) son comúnmente considerados los dos autores que abrieron camino en el género. De Le Fanu se dice que es el fundador del relato de fantasmas (ghost story) moderno en Gran Bretaña (“El fantasma de la Señora Crowl”, “Té verde”, “El vigilante”, “Dickon el diablo”...), modalidad que tanta repercusión tendría luego en la época victoriana. Pero lo que lo asemeja a Poe es el novedoso tratamiento que da al fenómeno maléfico. La fácil explicación racional, y aún más, el desenlace moralista positivo (la mano de la Providencia Divina surgiendo de un modo u otro al final para poner las cosas, al monstruo, al bueno y al malo, en su sitio) serán desterrados definitivamente por estos autores. Ambos, además, inaugurarán el llamado terror psicológico, más atento a la atmósfera de la historia y a medir los efectos emocionales que al mero susto.
De Poe afirmó su seguidor Lovecraft: «Realizó lo que nadie había realizado o podía haber realizado, y a él debemos el relato de horror moderno en su estado final y perfecto». Cabe destacar títulos como “El gato negro”, “La caída de la Casa Usher”, “El barril de amontillado”, “El corazón delator”, entre otros.
Pero es al también francés Guy de Maupassant (1850-1893), discípulo de Flaubert y admirador de Poe, a quien debe la literatura europea de terror algunas de sus mejores piezas. Sus hondas convicciones naturalistas generaron, probablemente, los acusados tintes emocionales presentes en sus mejores cuentos. Sus temas fueron el pánico, la soledad, la locura, la perdición. Los cuentos más destacados son “El Horla”, “¿Quién sabe?”, “La cabellera”, “¿Loco?”)
El terror recuperó con el periodista norteamericano Ambrose Bierce (1842-1914?) toda la garra y la intensidad que había desarrollado Poe en sus orígenes. En sus arrebatadoras fantasías, muchas de ellas ambientadas en la Guerra de Secesión americana, el terror pánico acecha siempre en las cercanías, y en el momento de desatarse parece decidido a devorar vivos literalmente a los personajes. Por ejemplo, en  “La cosa maldita”, “La muerte de Halpin Frayser”, “Un habitante de Carcosa”, “La ventana tapiada”.
Junto a Poe y Bierce, otro norteamericano, H. P. Lovecraft (1890-1937), ha sido considerado uno de los autores más importantes de comienzos del siglo XX. Su aportación más importante fue el llamado cuento materialista de terror. Mezclando el espanto con la ciencia-ficción, se trata de una narración de horror “cósmico” que propone una nueva mitología plena de escalofriantes dioses y monstruosidades arquetípicos; se ha dicho que Lovecraft ha creado la última mitología que ha conocido Occidente: los Mitos de Cthulhu. Devoto de Poe, sus otras fuentes conocidas son el fantástico y enigmático mundo de los sueños, la historia y el paisaje de Nueva Inglaterra, su tierra, y un selecto grupo de autores de su predilección: William Hope Hodgson (“Una voz en la noche”), Lord Dunsany (“El pobre Bill”), Arthur Machen, Algernon Blackwood y otros. Entre sus obras más destacadas figuran: “El horror de Dunwich”, “La sombra sobre Innsmouth”, “En la noche de los tiempos”, “El clérigo malvado”.
La mayoría de estos autores habían dejado de lado la novela gótica para incursionar en el cuento. Las grandes obras del terror del siglo XIX remiten a cuentos. No obstante, más allá del género del que se trate –cuento o novela- se acuerda, en general, que dichos relatos deben contener tres elementos fundamentales: un esmerado diseño del clima o de la atmósfera que rodea a los acontecimientos que se narran; el cuidado del desarrollo narrativo a partir de la gradación de efectos y la introducción del Mal como eje central de la historia.
La creación de atmósferas apropiadas a las historias de terror es, en primer lugar, el aspecto que pone en evidencia a los escritores virtuosos. A propósito de esto, Lovecraft señala:  «La atmósfera es siempre el elemento más importante, por cuanto el criterio final de la autenticidad no reside en urdir la trama, sino en la creación de una impresión determinada".

Observé con estupor que nada me resultaba familiar. A mi alrededor se extendía una inmensa llanura desierta, barrida por el viento, cubierta de yerbas altas y marchitas que se agitaban y silbaban bajo la brisa de otoño, mensajera de Dios sabe qué misterios e inquietudes. A largos intervalos, veía unas rocas que emergían del suelo con formas extrañas y fúnebres colores. “Un habitante de Carcosa”, de Ambrose Bierce

El cuentista suele asimismo trabajar con gran detalle el desarrollo narrativo, la gradación de efectos, es decir, la estructura secuencial de la historia, de manera que contribuya en todo lo posible a la suspensión de la incredulidad del lector, a la verosimilitud (tan apreciada o más que la propia originalidad por Poe); lo que se pretende suscitar en el lector es el miedo, y está de sobra demostrado que a tal efecto prima una mecánica lenta y gradual.

Robert Suydam había logrado su objetivo y su victoria en un esfuerzo final que le desgarró los tendones, provocando el desmoronamiento de su cuerpo nauseabundo. El impulso había sido tremendo, pero su fuerza resistió hasta el final; y mientras caía convertido en una pústula fangosa de corrupción, el pedestal se tambaleó, se volcó y finalmente se precipitó desde su base de ónice a las espesas aguas, despidiendo un último destello de oro tallado al hundirse pesadamente en los negros abismos del Tártaro inferior.“El horror de Red Hook”, de H. P. Lovecraft

En el cuento propiamente dicho —donde no hay espacio para desarrollar caracteres o para una gran profusión y variedad incidental—, el cuidado de la estructura se requiere mucho más imperiosamente que en la novela. En esta última, una trama defectuosa puede escapar a la observación, cosa que jamás ocurrirá en un cuento.
Finalmente,  todo cuento de terror resulta  un pequeño tratado sobre el Mal en alguno de sus infinitos rostros y formas, por lo que, en principio, conviene obviar toda otra consideración, moralista o sensible, a la hora de abordar su ejecución o su lectura.

Los auténticos cuentos macabros cuentan con algo más que un misterioso asesino, unos huesos ensangrentados o unos espectros agitando sus cadenas según la vieja regla. Pues debe respirarse en ellos una determinada atmósfera de expectación e inexplicable temor ante lo ignoto y el más allá; han de estar presentes unas fuerzas desconocidas (...) la maligna y específica suspensión o la derrota de las leyes desde siempre vigentes de la Naturaleza, que representan nuestra única salvaguardia contra los asaltos del caos y los demonios del espacio insondable. (Lovecraft, El horror sobrenatural en la Literatura)

Asimismo, como señala el mismo autor, lo que caracteriza al verdadero cuento de miedo es la aparición de un elemento sobrenatural e inexplicable, totalmente irreductible al universo conocido, que rompe los esquemas conceptuales vigentes e insinúa la existencia de leyes y dimensiones que no podemos ni intentar comprender.
Algunos críticos han intentado realizar clasificaciones de los relatos de terror en función de su temática, personajes, efectos que suscita, etc. De esta manera, se ha hablado de cuentos de vampiros, fantasmas,  muertos vivientes, etc. Sin embargo, el grado de sofisticación literaria en este campo concreto ha llegado a tal punto que difícilmente resultará verosímil —meramente productivo— otro criterio de selección que el meramente histórico.
El relato de terror actual
Es innumerable la cantidad de obras que se publican anualmente relacionadas con el género. Historias con fantasmas, zombies, vampiros, hombres lobo, etc,, siguen nutriendo la trama de diversos relatos. No obstante, no siempre se reconocen en ellos autores de las características de los mencionados con anterioridad. Por otro lado, el cine también  se ha convertido en un gran productor de relatos de terror que en ocasiones ha desplazado a la literatura a un lugar secundario.
De todas maneras, cabe destacar al menos a dos escritores que han incursionado de manera original en el género: el norteamericano Stephen King y el inglés Neil Gaiman. Del primero sobresalen obras como como: Carrie, El resplandor, Salem´Lot y Cementerio de animales, entre otras. Mientras que del segundo podemos mencionar El cementerio sin lápidas y otras historias negras y El libro del cementerio.

El terror en la literatura infantil y juvenil
La relación entre terror y literatura juvenil no ha sido lo productiva que se podría esperar. Las características del lector particular de estas obras ha hecho que, en ocasiones, los relatos de terror que se publican anualmente no cumplan las expectativas de los lectores del género.
La afición que muchos adolescentes demuestran por el género propició la proliferación de títulos con consignas tales como  “obras para morirse de miedo”, “cuentos pesadillescos”, “historias macabras”. No obstante, suelen ser más productos para el mercado que obras literarias interesantes.
Sin embargo, se puede destacar la obra de autores como Elsa Bornemann, Ricardo Mariño, Esteban Valentino. Por otro lado, son varios los sitios en Internet, creados por aficionados al género,  que permiten encontrarse no sólo con relatos de terror clásicos sino también con nuevos escritores. 




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